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RECTIFIQUEMOS

martes, junio 01, 2010

Memorias de Angel Severo Cabral Ortiz

Relacionadas con el 30 de mayo - 1961

 
"....... La necesidad de la muerte de Trujillo surgió como surge en una comunidad cualquiera la necesidad de matar una alimaña que se convierte en un peligro para todos sus miembros.

Es posible que se pudieran contar por millones las personas que buscaban mentalmente la fórmula, o trataban de idear los medios, que pudieran librar a la república del tirano.

Ya se podría vislumbrar el fin cercano del régimen y había que estar prevenido para esa eventualidad. Habría que tomar medidas de distinto orden, pensar en las reformas que era necesario establecer en el país y en la constitución de los partidos políticos que garantizaran un proceso democrático.

Invité al Licenciado José Francisco Tapia a un análisis de la situación y a tomar algunos acuerdos con el fin de ir materializando estos propósitos. Visité diversas provincias del sur con el fin de iniciar la formación de núcleos que fueran allegando los elementos más honestos de las diversas regiones del país, de modo que reunidos en un mismo partido político pudieran influir saludablemente, a la caída de la tiranía, en los destinos de la república.

Escribí, con Tapia, los fines de la organización, con anotaciones para un plan de gobierno. Celebramos, en mi casa, una primera reunión con representantes de San Juan, Azua, San Pedro de Macorís, la capital y San Francisco de Macorís. Allí fueron aprobadas las bases de la organización así como su designación de Acción Democrática Dominicana.

Más tarde el Lic. Tapia hizo contacto con una organización que estaba surgiendo en Santiago, con fines semejantes a la nuestra, y resolvimos unificarlas.

En una próxima reunión figuró también como asistente el Dr. Federico Carlos Alvarez y en ella resolvimos llamar a la agrupación resultante Frente Cívico de Unidad Nacional, que ya tenia la pretensión de reunir en una sola organización todos los movimientos que pudieran existir, con fines parecidos.

Para esa época estuvieron en contacto conmigo algunos jóvenes deseosos de organizar un complot. Había que obtener armas y reunir elementos de probado valor, discreción y confianza. Era una labor difícil entonces. Una indiscreción podía costar la vida.

Asistí a unas cuantas tertulias donde se hablaba con confianza de la situación política del país y estudiaba las gentes. Así establecí contacto con Pedro Livio Cedeño, quién se agregó al golpe que tramábamos. El contaba con otra persona de las condiciones requeridas y, pasado algún tiempo, se enteró de otro complot que se preparaba alrededor de Juan Tomás Díaz.

Ya habíamos hablado de la conveniencia de que contáramos con este General como elemento de gran ascendiente entre las fuerzas armadas. Pedro Livio había sido militar y era amigo de Juan Tomás Díaz. Este tomó referencias con distintos amigos y relacionados que me conocían y me mandó a llamar.

Hablamos. Me explicó sus planes y discutimos posibilidades y finalmente me encomendó hacer las conexiones necesarias para obtener armas del exterior. La señora Flérida de Berry fue la intermediaria. Se pensó originalmente traer esas armas por avión. Había que tener un sitio en el país donde se pudieran dejar caer, y preparar un número de hombres que, primero, hiciera las señales convenidas y, luego de tenerlas, las transportara.

Durante unos dos meses se estuvieron buscando sitios apropiados pero, sobre todo, la gente que estuviera dispuesta a realizar esta arriesgada labor. De ello se encargaron, en el Cibao, el Dr. Carlos Federico Alvarez y el Lic. José Francisco Tapia; en el sur, el Dr. Roberto Arias y el señor Federico Perdomo.

Los sitios cuidadosamente marcados en los mapas fueron sobrevolados y considerados inadecuados y entonces se convino en el transporte por mar. Acompañado de José María Cabral Vega encontramos el sitio inobjetable para que atracara un bote en una noche oscura, que pudiera ser bajado desde un barco.

Hubo viajes y consultas y cuando, finalmente, parecía que las gestiones habían fracasado, me ofrecieron tres rifles M-1, con 750 tiros. Esto no hubiera servido para los diversos planes propuestos antes para llevar a cabo el atentado, pero ultimamente habían surgido nuevas posibilidades que sólo exigían un número limitado de armas.

Se contaba ya, a más de las tres señaladas, con dos escopetas recortadas propiedad de Antonio de La Maza y, muy probablemente, con una metralleta que usaba el teniente Amado García Guerrero para su servicio en el recinto de la residencia del tirano. Juan Tomás disponía de una metralleta, pero nunca se contó con ella para el caso.

Las armas me fueron remitidas con el señor Lorenzo Berry (Wimpy), quien a instancia mía las condujo hasta la residencia de Thomas Stocker, el que había construido para el efecto un escondite seguro al ofrecerme su concurso para estos fines.

Días después llegaron a casa, en la noche, Pedro Livio Cedeño y Antonio de La Maza. Antonio me mostró escrito en una tarjeta el seudónimo de Juan Tomás y me reclamó la entrega de las armas. Quise aprovechar entonces para informarme sobre los planes finales.

Se habían previsto una serie de posibilidades: se pensó en ir inmediatamente después del atentado a casa del presidente Balaguer con Miguel Báez Díaz y desde allí hacer que aquel fuera llamando a los hermanos de Trujillo algunos otros personajes, con el fin de apresarlos, así como obtener unas cuantas órdenes que favorecieran los planes de los conjurados; avisar de inmediato, usando para ello de una consigna o clave, a los amigos de Juan Tomás con mando en distintos puntos del país, con el fin de que se sublevaran: general Guarionex Estrella, en La Vega; coronel Nivar Seijas, en San Pedro de Macorís; coronel Mueses, en La Romana.

Tanto a Pedro Livio como a De La Maza les preocupaban poco los planes; confiaban en la dirigencia y ya Juan Tomás me había mandado a decir que no había que preocuparse, pues había absoluta seguridad de que todo marcharía bien. Confiaba en el compromiso del Secretario de las Fuerzas Armadas con Luis Amiama.

Días antes había venido a verme Federico Carlos Alvarez justamente alarmado puesto que un teniente había puesto al corriente de la conjura a un secretario mientras tomaban en una mesa de un restaurante. Lo hice saber a Juan Tomás y me contestó que ya, a esa altura, ese hecho no tenia gran importancia porque ya nadie tenia interés en hacer delaciones.

Yo no podía tener mucho contacto directo con Juan Tomás porque hacia solo unos meses que se me había tenido preso en la casa de torturas denominada “La 40” y temíamos que siguiera siendo vigilado por la red de espionaje del régimen. Me comunicaba a través del Lic. José Maria Cabral y de Manuel de Ovín, quien estaba perfectamente enterado de los planes y a través de Pedro Livio y Miguel Angel Báez Díaz, con quien también tuve necesidad de verme en varias ocasiones.

Mi experiencia de “La 40” tuvo que ver, así mismo, con estas actividades. Cuando entré en relaciones con Juan Tomás ya había empezado a dudar de que algunos de los jóvenes con quienes estaba en relación para el planeamiento del primer complot, tuvieran la serenidad requerida para empresa tan delicada y peligrosa como la que nos proponíamos.

Aproveché un día para tratar de convencer a uno de ellos, el Dr. Washington de Peña, después Secretario del Partido Revolucionario Dominicano (PRD), de que Trujillo de todos modos habría de morir muy pronto y de que deberíamos dedicarnos a la formación de un partido político que luchara, tan pronto como esto ocurriera, por obtener las reformas que ya estaba reclamando nuestro pueblo.

A él no le entusiasmó la idea y se negó a participar en esta otra actividad, pero la refirió a un hermano y éste, a su vez, lo refirió en alguna parte de donde fue a oídos del SIM.

Una tarde, de regreso a casa, me detuve a conversar con un medico vecino, y a poco se llegaron allí tres hombres. Uno de ellos quiso hablar con el médico y éste le mandó a pasar. Poco después, terminada su conversación, me informó que esos hombres eran del SIM y que me buscaban. Me esperaban en la puerta y me dijeron al salir que el jefe de la policía quería verme. Estaba cerca de mi casa, pero por la actitud de ellos me di cuenta que no estaban dispuestos a dejarme salir.

Entré al carro cuya puerta ya me habían abierto. Entraron rápidamente tras mí y pusieron el seguro de la puerta que ocupaba en el vehículo. Me condujeron al edificio ocupado por el SIM en la Avenida México. En un saloncito bien vigilado me hicieron esperar más de una hora, hasta que un oficial me invitó a seguirle, primero hasta el carro donde ya esperaban los que me habían conducido antes y, desde aquí hasta la casa de “La 40”, en la parte norte de la ciudad.

“La 40” era una casa construida para residencia, rodeada por muros altos de concreto. Detrás estaban los calabozos, y en una pequeña casa de madera, la sala de torturas, donde se veía un escritorio y, en el frente, la fatídica silla eléctrica. En un cuarto al lado me pareció que se guardaban objetos de tortura. Detrás de esta casa debía haber otras construcciones.

Cuando llegamos a “La 40” me dejaron frente a un escritorio, al cuidado de un oficial de la policía que posteriormente se suicidó en Yaguate. En un descuido de éste saqué un pequeño mensaje de mi bolsillo relacionado con el encargo de Juan Tomás de diligenciar armas. Me lo llevé a la boca y, después de revolverlo y mascarlo cuanto pude, me lo tragué.

Poco después me registraron los bolsillos y me encontraron unos inofensivos estatutos para un partido liberal que un amigo, un poco fuera del momento político que vivíamos, me había ofrecido ese mismo día.

Uno de los que actuaba pareció encontrar en esto la prueba que necesitaban y, acto seguido, me hicieron pasar a la casita donde estaba la sala de torturas. En el escritorio esperaban sentados dos oficiales de las fuerzas armadas y el Dr. Faustino Perez. Este me dijo que había conocido hacia mucho tiempo a un hermano mío y al oír el nombre de uno de los oficiales comprendí que conocía referencias mías porque era cliente de un negocio de venta de solares que yo administraba.

Comenzó el interrogatorio. A usted se le acusa de tener un partido político, me dijo uno. Tuve ese propósito, le contesté, a raíz de un pronunciamiento público del Dr. Balaguer, presidente de la república, llamando a la formación de uno o más partidos políticos, recientemente, y mientras creí que era un pronunciamiento serio. Cuando comprendí que no lo era desistí lógicamente de ese propósito.

Siguieron replicas y contra replicas sobre el mismo tópico. Después se me acusó de estar planeando la muerte de Trujillo en el Paseo George Washington, con detalles de lo que efectivamente habíamos tratado con los jóvenes a que antes me referí. Lo negué con toda tranquilidad. Me dijeron que allí se disponía de los medios para hacerme confesar la verdad y que por tanto no debía negarla. Contesté que esos medios de que allí se disponía conducían con frecuencia a falsas confesiones y que si era que ellos estaban empeñados en que confesara algo, fuera o no verdad, me lo dijeran, con el fin de que tanto ellos como yo nos ahorráramos las molestias que conllevaba el empleo de tales medios.

Me replicaron que no obtenía nada con negar esos cargos ya que uno de los comprometidos en el plan lo había confesado, el Dr. Washington de Peña. Pedí que lo trajeran a mi presencia, afirmando que no se atrevería a decirlo delante de mí.

No sabia que el Dr. de Peña se encontraba en aquel recinto. En un minuto lo tuve frente a mí. Fue interrogado y no dijo nada que nos comprometiera. Al cabo de un rato nos condujeron de nuevo a las oficinas del SIM en la Avenida México. Me acompañaban los dos oficiales que se habían encargado de interrogarme. Evidentemente habían resuelto dejarme en libertad. Al llegar allí me dejaron en el saloncito amueblado que ya conocía, mientras iban a hablar en la habitación contigua presumiblemente con el director del SIM, coronel Candito Torres.

Cuando volvieron me invitaron a acompañarlos de nuevo. Era de noche y no tenia idea de adónde iba. Llegamos de nuevo a “La 40”. En la sala vacía me ordenaron llevar atrás las manos y me esposaron para recorrer con ellos unos 20 metros, hasta una larga edificación de concreto situada en el patio. Era como una doble hilera de cuartos de baño separada por un pasillo central. Abrieron la cerradura de una puerta de hierro y corrieron un cerrojo. Ya en el pasillo hicieron la misma operación frente a uno de los cuartos. Abierto ya el cuarto me invitaron a pasar y me ordenaron quitarme todas las prendas de vestir que llevaba, incluso las medias.

En el cuarto había una ducha y una extensa mancha de suciedad en el piso y en la parte baja de las paredes. Evidentemente muchas personas habían estado allí encerradas antes que yo. Un carcelero se llevó mis ropas y cerró de nuevo. Varias veces oí las llaves y el correr del cerrojo de la puerta del pasillo durante la noche. Voces, gritos y rumores extraños entraban de una ventanilla alta. Una vez el carcelero abrió la puerta de mi cuarto, era aparentemente para tranquilizarme ofreciéndome algunas palabras de simpatía.

Así transcurrió el tiempo hasta aproximadamente las 12 meridiano del día siguiente en que me trajeron mis ropas y me pidieron salir. En el patio, frente a la sala de torturas, estaba Candito Torres, Director del SIM y varios jóvenes más que estaban detenidos.

Me dijo el coronel que Trujillo había ordenado que se me pusiera en libertad, pero con una condición, que formara un partido político con esos jóvenes que estaban allí. Le dije que no los conocía y que no tenía el propósito de formar el tal partido. Me repitió la orden y se fue. Los que estábamos allí salimos. Los jóvenes estaban asustados pensando que los soltaban con el fin de hacerlos desaparecer luego. Los tranquilicé y les aconsejé salir lo menos posible de sus casas. No era extraño que estos jóvenes pensaran de este modo. Era práctica corriente por aquellos días.

Después de esto me volví más cauto. Suprimí los viajes al interior y trataba de justificar cualquier contacto o visita que tuviera necesidad de hacer.

Visitaba a Juan Tomás con planos del reparto que administraba y lo inscribí como cliente. Frecuentemente, me comunicaba con él a través de algunos amigos.

La proclama que debía leerse por la radio después de la muerte de Trujillo la entregué a Juan Tomás para su aprobación y luego fue grabada en una cinta con diversos llamados al pueblo, a las fuerzas armadas, a los miembros del Frente Cívico de Unidad Nacional y a otras organizaciones. En la redacción de estos llamados colaboró el Lic. José Francisco Tapia y en su grabación, muy eficientemente, el Dr. José Maria Cabral Vega.

La noche que me visitaron De La Maza y Pedro Livio Cedeño, les ofrecí entregar las armas a la 1:00 p.m. del día siguiente, en Ia Avenida Mirador del Norte. Poco antes de esa hora las tomé de manos del señor Stocker. En manos de otro amigo estaban los cargadores que me había entregado antes. Los tomé también y me dirigí al sitio convenido. En la avenida Lincoln me esperaba de La Maza en su carro negro. Doblé y él me siguió a distancia hasta un sitio desierto donde lo esperé. Entregadas las armas lo abracé y le desee buena suerte.

El 30 de mayo de 1961 celebraba mi esposa nuestro 25 aniversario de matrimonio. En la casa estaban algunos familiares y amigos de intimidad. A eso de las 10 p.m. sonó el teléfono. Manuel de Ovín me daba, en la forma convenida, la noticia. Ya el cadáver de Trujillo estaba en el patio de la casa de Juan Tomás, en el baúl del carro negro de Antonio de la Maza.

Desde dos teléfonos de casas vecinas llamé a algunos amigos que esperaban mi llamada. Ellos tenían los hombres con quienes tomaríamos la estación para pasar la cinta con el comunicado. Llegaron a mi casa y convinimos en reunirnos alrededor del Restaurante El Dragón. Uno de ellos me llevó en su automóvil hasta la puerta trasera de la residencia de Juan Tomás, donde debía esperarme.

Traspuesta la puerta del patio me vino a recibir Juan Tomás, quien abrazándome fuertemente me dijo: Ahí tenemos el hombre, Severo ¿qué hacemos ahora?. Yo no sabia lo que se había previsto a última hora y le pregunté si ya se habían hecho los contactos con los comprometidos de las fuerzas armadas. Sin decirme más llamó a Luis Amiama que estaba cerca y le invitó a que fueran enseguida a ver al general Román. Yo seguí hasta donde se alcanzaba a ver algunas personas en plena oscuridad. Estaban detrás del automóvil que contenía el cadáver. De La Maza me vino a saludar. El y los que estaban ahí conversaban como si nada hubiese ocurrido. Estábamos pegados al baúl del carro negro. Sacó las llaves para mostrarme el cadáver, pero yo no quise verlo. No reconocí a los otros. La noche estaba negra.

Me hicieron saber, no obstante, que habían dejado herido a Pedro Livio en la Clínica lnternacional. Sabían de mis relaciones con él. En la puerta de una habitación en penumbra estaba muy cerca una mujer. Creo que era Doña Cristiana, la joven esposa de Juan Tomás. Cuando salía Juan Tomás en el carro manejado por Luis Amiama, me recomendó irme enseguida a mi casa. Ya él sabía que las fuerzas armadas estaban en conocimiento de lo acontecido. Cuando pasé por las oficinas del SIM mientras me dirigía a su casa, varios hombres estaban afuera aparentemente en estado de alerta, provistos de armas largas.

Cuando salí a la calle ya no estaba allí el automóvil que me había llevado. Esperé un rato en la esquina y luego seguí a pie por la calle Rosa Duarte hasta la Bolívar. La policía de la estación ubicada en esa esquina también estaba alertada. Tomé un carro de alquiler y me dirigí a casa de Manuel Tapia Brea, a quien había llamado antes. El había salido por el Dr. Rafael Acosta, quien también debía actuar esa noche. Mientras llegaban observaba con la señora de Tapia y el menor de sus hijos, al través de las persianas, el movimiento inusitado de oficiales de las fuerzas armadas y algunos altos funcionarios, al salir y entrar del Hospital Militar Dr. Marión, a muy corta distancia de nosotros. Ya habían llevado allí al chofer de Trujillo.

Poco más tarde llegaron Tapia y el Dr. Acosta y salimos hacia El Dragón. Entramos con el pretexto de tomar algo y esperamos hasta convencernos de que nuestros hombres no concurrirían. De todos modos, habría que esperar. Tapia me condujo a casa y siguió a llevar a Rafael Acosta al Ensanche Ozama.

Todavía en casa me esperaban algunos familiares y amigos. Mi esposa, que era la única que estaba en conocimiento de lo acontecido, había organizado la casa de nuevo y se había empeñado en tranquilizar a los presentes, quienes vieron como muy extraña la llegada de mis amigos y mi brusca y prolongada salida. Mi esposa y Ada, la mayor de mis hijas, habían llevado y traído numerosos mensajes y sabían que la ejecución de la trama tendría lugar el 31 de mayo.

Se sabia que el miércoles, 31 de mayo, iría Trujillo a San Cristóbal, pero la noche del 30, por algo imprevisto, decidió adelantar el viaje e ir esa misma noche. De esto se enteró Miguel Angel Báez Díaz, quién lo comunicó, confirmándolo luego el teniente Amado García. Este prestaba servicio en Estancia Radhamés, residencia de Trujillo, y debía participar en el golpe.

La noche del 30 de mayo no creo haber dormido mucho. Estuve atento a todos los ruidos de la ciudad y no estaba seguro de que se hubiera fracasado.

Salí en la mañana en dirección a mi trabajo. Era para entonces funcionario de la Casa Vicini. Un amigo me contó en el trayecto lo acontecido la noche anterior. Ya era de conocimiento público y se conocían los nombres de los participantes. Al llegar a la Casa Vicini, en la Isabel la Católica, vi desmontarse de su carro al Lic. Osvaldo Peña Batlle. Me llamó aparte, extrañado de que no me hubiese ocultado. Me urgió que lo hiciera.

Entré y salí al cabo de un rato hacia la casa de una parienta de toda confianza, donde permanecí dos días. Ya se había dispuesto el registro de todas las casas de la ciudad, en busca de los autores del tiranicidio y mi nombre no había sido mencionado.

Me fui a casa y viví mi vida normal."

11 comentarios:

  1. Obviamente es un testimonio de primera mano,que en ningun momento se contradice con otros testimonios de historiadores imparciales y calificados.

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  2. Las memorias del señor Angel Severo Cabral, por lo menos las memorias publicadas en este texto, confirman la opinión de muchos analistas e historiadores: en la gesta del 30 de mayo el grupo operativo-militar hizo su trabajo. Lo que falló fue el grupo político ¿por qué? por múltiples razones: 1) Gente que estaba comprometida, en realidad no lo estaba. 2) Se adelantó el golpe sin un buen amarre con el grupo político. 3) El grupo político no pudo reunirse la noche del golpe. 4) No había una organización sólida popular y militar para apoyar el golpe (como fue por ejemplo el Movimiento 26 de Julio en Cuba.5) El SIM conoció el hecho antes de que el grupo político actuara 6) por lo mismo, no pudo difundirse la proclama por las radio-emisoras...entre otras varias razones. Por tanto, llegó el pánico, el desbande y la consecuente y bien conocida cacería humana. Pero, aún así, ¡honor a nuestros héores! Había que tener grandes gónadas para meterse en eso.

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    1. Porque el SIM conocio el hecho antes que elgrupo politico actuara?Esencialmente por el revolver y el carro que se dejo enel sitio del hecho.

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  3. Cada uno de estos valientes, dejó escrita su parte en el complot... Estos documentos una vez depositados en un Banco español, no hubieran salido al descubierto de no ser por las tergiversaciones que rapidamente y tal vez para ganar glorias, aparecieron al poco tiempo... el plan era publicarlos después de cierto número de años como datos históricos, nada más. Ellos lograron la primera parte del complot... de no haberlo ejecutado en aquel momento, hubiera sido imposible -las generaciones nuevas no tienen una idea de lo rápido, implacable y certero que podía ser el SIM. Ya era cuestión de morir antes sin lograr el ajusticiamiento o morir después habiéndolo logrado. Una vez que Espaillat (Navajita) oyó y denunció al SIM los disparos a Trujillo en el malecón, los comprometidos a realizar la segunda parte prefirieron desaparecer, salvo el Lic. José Tapia Brea, el Dr. Angel Severo Cabral y el Dr. Rafael Acosta.

    En cuanto a una organización que los respaldara, ya los hilos estaban tejidos y los nudos bien atados con lideres tanto en la capital como en todas las provincias: en sus memorias Angel Severo Cabral menciona dos...una que el inició en todo el Sur de la isla "Acción Democrática Dominicana" y otra que se organizó en el Cibao a la cual se unió para formar el "Frente Cívico de Unidad Nacional"... Estas, unidas a cualquier otra similar (todas patrióticas) harían el trabajo amateur, pues no había experiencia política. Fé.

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  4. Yo dejé un comentario cuando leí este soberbio artículo describiendo esta hazaña y a sus héroes. sin embargo no salió publicado. Pero quiero reiterar que me encantó conocer todas estas cosas sobre la querida República Dominicana.

    GRacias Víctor

    Martha Pardiño

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  5. Hola amigo de facebook
    que placer leerte Nos seguimos tenes que dejat un comentario asi mas gente te conoce Abrazos

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  6. Al dejar un comentario enriqueces el tema en pro o en contra y tu opinión permanecera expuesta a todos.

    estoy totalmente de acuerdo con vos

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  7. Desconocia por completo estas publicaciones, hasta el dia de hoy. No puedo menos que testimoniar, ratificando todo cuanto relata Severo, ya que participe junto a el en gran parte de las actividades que el relata. Tengo la intencion de que, aun cuando tardiamente, pueda precisar y ratificar las vivencias que el brevemente resumen en este escrito.

    Federico Carlos ASlvarez

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  8. No tengo dudas, las últimas palabras de Don Angel Severo son claves, era un hombre importante y protegido por un poder foráneo que protegió también a otros complotados que sobrevivieron al tiranicidio.
    Anónimo

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  9. Angel Severo Cabral no era un pelele o un sandio, por eso estaba al tanto de lo que se cocía en torno en cuanto a los planes para matar a Trujillo. El hecho de que no se mencionara su nombre al final y no se le buscara, como el lo deja ve, obedece a que estaba "protegido".
    Anónimo

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