El camino no es hacia la derecha o la izquierda, es hacia adelante por un planeta compartido, no repartido.


RECTIFIQUEMOS

El Building (Cuento)

“El Building”


Había sido construido 40 y tantos años atrás, su diseño atestiguaba una juventud de cierta alcurnia, o por lo menos de desahogados niveles económicos por parte de sus iniciales inquilinos. Tenía una entrada cubierta por un techo  semi cilíndrico que obligaba a tener un portero con saco y charretera, pero por supuesto no lo había. Tenía instalado uno de los primeros y más lujosos ascensores que, por qué dudarlo, no funcionaba desde mucho tiempo atrás. Era un edificio con pretensiones aristocráticas pero, con el transcurrir del tiempo, había llegado a ese indefinido nivel social en donde cualquier cosa es posible, en donde conviven la luz y la oscuridad simbióticamente.

Tenía dos cuerpos de apartamentos, los del frente eran amplios en dimensiones; los apartamentos de atrás se encontraban situados en el nivel del descanso de las escaleras y eran una especie de estudios de una amplia habitación, un pequeño baño y una más pequeña cocina y delante de ambos un pequeño corredor que llevaba hasta el resto de la vivienda, la única habitación.

El primer nivel de ese cuerpo del edificio fue destinado a una marquesina trasera, ya a estas alturas esa marquesina se usaba como almacenamiento de equipos inservibles, lavadoras, calentadores de agua y también de ratas (que eran las únicas que funcionaban), por esta razón el primer piso del cuerpo de edificio posterior se encontraba a medio piso por encima del primer piso del  otro cuerpo. Esta situación lograba exitosamente que todas las ventanas de todos los apartamentos vieran las ventanas de dos apartamentos del otro cuerpo a medio piso, una hacia arriba y otra hacia abajo, integrando perfectamente las vidas íntimas de cada apartamento a sus vecinos.

El apartamento derecho del primer piso había dedicado dos de sus habitaciones y la cocina, más una ampliación que salía a la otra calle, a un restaurante frecuentado continuamente por todos los amantes del béisbol donde se daban cita para discutir sus diversos puntos de vistas sobre dicho deporte o la administración de los equipos deportivos.  Aparte de la política, el deporte es la actividad que mayor cantidad de puntos de vistas genera y cada cual está convencido de que el propio es el correcto, (la razón es lo único repartido equitativamente entre todos los habitantes del planeta) el proceso de imposición de razones siempre hace que las discusiones tengan un volumen fuera de lo normal y producen acaloramientos, enconos y violencia que se disipa regularmente en insultos y palabras salidas de lugar.  En estas discusiones participaban desde los cocineros y mozos del restaurante hasta los vecinos cuyas ventanas se encontraban encima del restaurante y a quienes le era absolutamente imposible retraerse de las deportivas discusiones, desde luego participaban indirectamente ya que había que convencer primero a uno de los cocineros o camareros para que estos expusieran el novedoso y brillante nuevo punto de vista en la discusión que desarrollaba en el interior, o escuchar una atrocidad muy imperdonable para que alguien se vistiera y bajara al restaurante comentando en el camino: “y es que serán estúpidos!!!!”.

La única ventaja que tenían las ventanas que daban a ese coliseo deportivo y culinario era que, mediante un ingenioso cordel y una no menos ingeniosa canasta, se podía subir comida del restaurante sin tener que aventurarse a bajar las escaleras, simplemente se ordenaba la comida desde al ventana:

José...........Joséééé............José.

En casi todos los restaurantes hay algún trabajador llamado José, pero en éste caso, José, o se encontraba trabajando y/o escuchando las largas discusiones deportivas del interior del restaurante por lo que el lograr la comunicación del vecino y José tomaba el tiempo suficiente para que los otros vecinos se incorporaran a los llamados orales o ha tratar de acallar al hambriento y original llamador, le decían que bajara a hacer su pedido como persona decente, o que no fuera haragán y cocinara aunque fuera ese día.  Estas afirmaciones y calificaciones traían, como era de esperarse, la respuesta de uno o más vecinos que defendían el derecho de cada cual a hacer en su casa lo que le viniera en ganas. Por supuesto esta descripción ha omitido las vernáculas palabrabrotas, que acompañan siempre este tipo de comunicación vecinal, para evitar que El Santo Oficio de Roma se vea precisado a opinar sobre el contenido de ésta historia.

Olvidaba decir, que el super o una especie de administrador del edificio era un hombre sumamente amanerado de nombre Arcadio, era de los primeros especímenes que se atrevían a reconocer en gestos y movimientos su homosexualidad, en otras palabras era una de esas locas fabulosas y valientes en la prehistoria del liberalismo sexual.

Esta “encargada”, todavía no debe saberse el porqué, no le alquilaba apartamentos a las personas comunes y corrientes; si Ud. se identificaba como un empleado normal y un padre de familia normal, lo más probable es que no encontrara apartamentos disponibles, en cambio si Ud. sólo venía por las noches o decía que era un perseguido de la policía, o que pertenecía a alguna agrupación prohibida o extraña, inmediatamente y sin más averiguaciones se le alquilaba un apartamento.  Esta particular política administrativa fue logrando una colección de vecinos muy interesantes y escurridizos, cuando uno bajaba las escaleras oía las puertas cerrarse sigilosamente a espaldas de uno, pudiera ser por una curiosidad enfermiza o por precauciones de seguridad, el hecho es que todos estaban acostumbrados a esta práctica y muchas veces el transeúnte saludaba en voz alta y en ocasiones por su nombre propio al vecino que acababa de cerrar la puerta. Era una fauna envidiable.

En el apartamento paralelo al que funcionaba como restaurante vivía desde hacía mucho tiempo un ciudadano puertorriqueño, veterano de una de esas guerras a las que juegan los norteamericanos y que nunca se sabe  muy bien por qué la combatieron, creo que era de la guerra de Corea a juzgar por lo anciano que se encontraba. Este valiente anciano había sido herido durante la guerra y había quedado casi como un vegetal desde  que salió honrado de la guerra. Vivía con una mujer también bastante mayor que le llamaban Doña Teté. Tampoco se pudo saber si eran familias o simplemente ella lo cuidaba y manejaba la pensión del ex combatiente del ejército americano como consecuencia.  Lo cierto es que Teté tenía una especie de agencia de viajes no formal; ella vendía pasajes aéreos desde su casa y a buenos precios. Con el pasar del tiempo las autoridades descubrirían que su negocio real era falsificar visas Americanas e introducir ilegales en E.U.A., por esa actividad llegaría a ser allanada y apresada una mañana cualquiera.  

Esa actividad explicaba el porqué muchas veces aparecían muchos clientes juntos y formaban un tumulto exigiendo el cumplimiento de promesas realizadas para conseguir el primer pago de los futuros, ahora sabemos, exiliados económicos, por supuesto en esos tumultos participaban algunos de los residentes encendiendo más aún a los airados tumultuosos y aconsejándoles el linchamiento como justa compensación por el engaño que ya comenzaba a dibujarse en el horizontes

El viejo militar, con el correr de los años, fue saliendo de su estado de postración y llegó a interesarse por lo que estaba ocurriendo en el mundo, pero afirmaba que el no podría entender nada ya que le faltaba la información anterior y por lo tanto decidió comenzar a leer los periódicos atrasados desde cuando fue herido y cayó postrado.  Muchos de los vecinos al pasar entraban la cabeza en el apartamento, que siempre estaba con las puertas abiertas, lo saludaban e inquirían directa o indirectamente por la fecha del periódico que estaba leyendo en ese momento y cuando seguían sus respectivos caminos comentaban entre ellos los hechos interesantes en esas fechas.

Subiendo al próximo apartamento en el ½ piso seguido, habían dos apartamentos, uno era ocupado por dos mellizos gemelos ya entrados en bastante edad, los cuales salían a pasear cuando la noche empezaba a caer, vistiendo idénticamente con un traje gris, camisas blancas y una corbata de lasito rojo. Uno parecía la imagen del otro reflejada en el pesado espejo del tiempo y era totalmente imposible señalar cual era el original y cual era la copia.  Estos dos personajes, fueron en una pasada época muy famosos socialmente y nunca contrajeron matrimonio, a decir de las gentes “para no separarse el uno del otro”.(?)

El apartamento vecino siempre estuvo cerrado y a pesar de que todos sabían que alguien vivía en él nadie, ni la misma administradora, sabía bien quien residía allí. Misterios del building.

Subiendo al próximo nivel estaba el que quedaba encima del restaurante y en el qué residían una pareja de mediana edad, ella era extranjera y estaba casada con un criollo, tenían dos lindas y rubias niñas, recuerdo que a una de ellas le llamaban Cobrecita por que había demostrado con su nacimiento que las “T de Cobre” no eran totalmente seguras. El señor de la casa le gustaba “ingerir alcohol” y aparentemente había logrado muy buenos averages.  Por dos o tres ocasiones a la semana el regresaba de algún lugar olvidado ya en horas de la madrugada, encontrando inmancablemente la puerta de entrada cerrada con llave. Todos los vecinos se despertaban ante toques de puerta mezclados con amenazas e insultos que iban subiendo de volumen a la misma velocidad en que la puerta se resistía a abrirse ante las patadas y embestidas del individuo.

Ya cuando comenzaba a ser repetitivo en los adjetivos y las amenazas, los vecinos perdían interés en el asunto y comenzaban a llamar, por su nombre, y a través de las ventanas, a la esposa rogándole que dejara entrar al marido por que había que trabajar al otro día.  Cuando las solicitudes, comentadas y enriquecidas por los cocineros del restaurante, conseguían su objetivo la calma retornaba, pero por solo 15 o 20 minutos, cuando la próxima bronca estallaba porqué a él ni la cocinera quería hacerle una sopita y él era quien mantenía esa casa y por lo tanto había que respetarlo. Y muchos etcs y ects.

Un día decidió beber en su casa y ya siendo como las siete de la noche estallo una violenta guerra, que nunca nadie supo las razones, pero en medio de la pelea salió en calzoncillos al techo del anexo del restaurante y con una ballesta Vietnamita comenzó a dispararles flechazos a todo el que se acercaba al restaurante.  No se supo si esto fue lo que incorporó al dueño del restaurante al combate activo, o si el pleito había comenzado desde el inicio por o con el restaurantero. Los vecinos se enteraban casi de todo, pero definitivamente habían detalles que siempre se lograban escapar.

El apartamento frente a ese, era mucho más tranquilo, era una parada refrescante dentro de la vorágine normal de ese edificio, vivía una cantante y vedette, que al juzgar entre su voz y sus formas corporales era muy evidente que era una vedette que cantaba.  Este hermosísimo ejemplar del sexo débil sentía una particular atracción en usar la menor cantidad de ropas posibles y en ser un ejemplo de amabilidad en su trato, ya fuera en las escaleras, en la calle o en cualquier lugar que uno la encontrará. Saludaba con un beso en la mejilla y un pequeño apretoncito de senos contra los pechos de su interlocutor y a partir de ahí entablaba una muy movida conversación, con cualquier tópico, sin importar lo irrelevante o no que éste fuera.  Ahora bien, siempre supo mantener la atención de los interlocutores principalmente del sexo contrario, cuando los ojos insistían tercamente en mirar a través del escote o de la tela casi transparente, ella, con una cara infernalmente provocativa te decía “mírame a los ojos, que a mi me gusta que me miren a los ojos cuando conversan conmigo”.

Al subir medio piso más nos encontrábamos dos puertas de los dos estudios del piso 1½. El primer apartamento estuvo mucho tiempo ocupado por un hombre soltero, que luego de contraer matrimonio se mudó de él, pero siguió pagando la renta por que en el interior habían dos o tres muebles de los cuales parece que no se quería deshacer.  Con el tiempo y el eficaz concurso de una sobrina, quien después de algún tiempo se casó y se mudó en él con su flamante y recién estrenado esposo, se llegó a saber que esa era una práctica extendida en su familia ya que entre todos los hermanos pagaban el alquiler de otro apartamento para oficinas en donde mantenían el mobiliario de tres o cuatro mudanzas completas y le llamaban “La Pirámide de la Flia. Tal.

Retomando la historia, después de muchos meses de permanecer vacío se mudó en él una joven parejita de recién casados.  Llevaban un extraño ritmo de vida ya que trabajaban en el día y por las noches siempre tenían visitas de otros jóvenes en su  mayoría del sexo femenino, y por lo tanto la noche era dedicada a escuchar los últimos hits de la música, pero con prioridad en Santana, Los Eksepcion y Deodato.  Manteniendo un área del edificio siempre con música y los olores de los inciensos de perfumes de la India.

Todo este sonido, a altas horas de la noche parecía que no sólo no le preocupara al apartamento vecino, sino que lo vieran con buenos ojos y cada vez que podían reforzaban la conducta positivamente al señalar, en los furtivos encuentros de las escaleras, que bonita música escucharon la noche anterior.  Oficialmente en el vivía la hermana de un famoso poeta, la cuál era miembro de uno de los 17 partidos comunistas que en ese momentos existían y por ello pasaban la noche accionando un mimeógrafo en el que reproducían quien sabe que pasquines, proclamas o periódicos clandestinos, ellos parecían creer que los sonidos musicales disimulaban el que producían sus actividades.  La verdad es que a veces coincidían los ritmos musicales con el monótono y permanente sonar del mimeógrafo, quizás habían logrado sincronizar el sonido del equipo con los de los acordes que escuchaban.

Esta joven y especial pareja le brindó asilo, en una ocasión, a una joven perseguida por política la cuál convivió por dos o tres meses con esa  pareja que vivía en una sola habitación. Cuando terminó su asilo político y se marchaba a otras playas le preguntó al joven si le gustaba el cerdo, a lo que ante la respuesta afirmativa no comentó más nada, se despidió y se marcho con rumbo al futuro.  Llegado ya diciembre y un Domingo por la mañana toco a la puerta de ese apartamento el conductor de un transporte; ¿Aquí es que vive fulano de tal?, fulano de tal le dijo que si, que era él con quien hablaba, entonces el individuo le pidió que esperara un momento, bajo las escaleras y en el próximo acto se oyó el estridente chillar de un marrano que se negaba a todo, inclusive a subir las escaleras.  Claro, ante los chirridos desesperantes del cerdo vivo todos o casi todos los vecinos se asomaron a las escaleras para aconsejar al incomodo transportista, cómo debía tratar al animal rebelde: “Tuércele el rabo”, “Jálalo por las orejas”, “Apriétales las partes”, “Callen a ese infierno”, “Si no lo callan le voy a dar dos balazos” y cosas por el estilo, fue el acontecimiento que inicio otro colorido Domingo del Building.  En la noche subió la Súper a decir que en ese edificio estaban prohibido los gatos, los perros y con mucha mayor razón los cerdos. Esa misma noche hubo que sacar al cerdo que se encontraba provisionalmente confinado a la pequeña cocina del apartamento y que ya, además de cagarlo todo, había destruido una colección de revistas que se encontraban apiladas al lado del refrigerador.

Una tarde cualquiera tocaron a la puerta y al abrir se encontraron con cuatro individuos que subían por las escalera un ataúd y que por lo estrecho de las escaleras tenían que entrar una parte dentro de cada apartamento para poder doblar en el codo de la escalera, dieron las gracias y continuaron su asenso hacia lo alto. Todo el mundo lo comentó en los diferentes encuentros al entrar o salir, pero la sorpresa fue mucho mayor cuando después de un tiempo todos llegaron a la forzada conclusión de que, para poder bajarlo había que hacer la misma operación y como nunca ocurrió el ataúd debía seguir en algún piso del edificio, con o sin muerto adentro.  Eso paso a ser otro de los misterios del Building que se seguiría comentando por mucho tiempo más. Y... por fin, fulana, ¿bajaron el ataúd?, esa pregunta se convirtió en una especie de clave que identificaba la curiosa y dispar hermandad que se formó alrededor del famoso Building.

En el apartamento superior vivía una abuela con su nieta de aproximadamente 11 años de edad.  Todas las mañanas temprano la abuela le preparaba una avena a la nieta para su desayuno, avena que la nieta odiaba y se negaba a comer, comenzando la acostumbrada tanda de: “comete la avena, mi hijita, que eso te alimenta y te ayuda a crecer bonita”. “Yo no quiero la avena”.  Después venían los llantos de la niña y ante las amenazas de la abuela, la niña sacaba el plato por la ventana y vaciaba su contenido al vacío, el cual pasaba como una bomba por todas las ventanas inferiores y se estrellaba con una sonido parecido a “plof” en el área que los cocineros usaban para respirar un poco de aire o para lavar sus utensilios, la protesta que no se dejaba esperar era como la sirena que indicaba que ya era hora de ir a trabajar, la niña se marchaba feliz a su escuela, la abuela quedaba con la satisfacción del deber cumplido y los cocineros terminaban callándose y limpiándose la avena de todos los días.

La noche de un viernes cualquiera hubo una fiesta mucho más concurridas que las de costumbres y dado lo pequeño del apartamento los invitados ocupaban las escaleras, todos los muebles incluyendo la cama y habían algunos con medio cuerpo debajo de la cama, en todas partes; era “la Despedida de Casados” de la pareja que a sangre fría habían decidido separar sus destinos.  En esa fiesta hubo “de todo” incluyendo pleitos de parejas en las escaleras, maridos que vinieron poco razonablemente a buscar a sus esposas, mucha música a todo volumen y algunos vecinos que sin invitación y ya que no podían dormir, decidieron participar de tan atípico festejo.

Al lado del apartamento de la abuela, estaba otro que siempre estaba cerrado y que se decía que era el apartamento que un expresidente de la nación usaba para lograr escabullirse de toda su vida oficial y muchos años después todavía seguía silencioso.

En el techo del edificio construyeron dos penthouse, de madera y ladrillos, y uno era ocupado por un famoso pianista y compositor, el cuál sonaba el piano de cola todas las noches después de las seis (que como nunca entró por las escaleras fue subido con una polea hasta el techo con la concurrida participación y asesoramiento de todos los residentes).  Este señor ensayaba a veces algunos actos o comerciales de TV y por ello no era extraño encontrar en la escalera y a cualquier hora; un grupo de coristas semi desnudas y con grandes plumajes en sus sombreros, subir o bajar del edificio como salidas de un Can Can del pasado.

En el tercer piso del cuerpo delantero y encima del apartamento que no dejaban entrar al dueño, vivía un famosísimo pelotero criollo, gran jugador de baseball de la Liga Americana, quien estaba casado con una norteamericana blanca.  Los pleitos de esa pareja se llevaban a cabo en ingles y lo único que todos interpretaban era cuando ella le decía a su marido “¿Do you think I am a ponching machine?”(?). Un día y en medio de una discusión él la tiro por el balcón y ella cayó encima del anexo del restaurante, aparentemente no se hizo ningún daño de consideración pues ella se levantó, bajó del techo en medio de llantos y ante la mirada silenciosa de todos los adictos al baseball clientes del restaurante y se marchó para siempre.

Debo mencionar que mucho tiempo atrás, en la esquina del edificio se ubicó u joven paletero.  Un paletero era un vendedor ambulante que originalmente vendía cigarrillos, caramelos y paletas, de ahí le vino el nombre a la profesión.  Este paletero cubrió una amplia necesidad de los residentes y pronto el negocio fue creciendo, en cajas mayores hasta que terminó teniendo casi una tienda por departamentos en la acera del edificio en donde ofrecía, además de sus tradicionales productos; pan, galletas, chicharrones de puerco, bombones algunas que otras ropas de módicos precios y zapatos y lavaba automóviles.  Se dijo siempre que vendía marihuana, pero como nunca fue hecho preso, la afirmación siempre quedaba en una duda razonable. Lo importante es que el progreso financiero que había alcanzado interrumpía el libre transito por esa esquina, porque además de todo siempre habían amigos y amigas escuchando una emisora de radio de música popular. Imagino que de esa forma nació el Capitalismo.


Víctor Ml. Caamaño


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