Desde que tengo recuerdos he tenido un caballo.
Creo que me lo regalaron mis padres al nacer pero eso está algo borroso en mi memoria.
Crecí junto a ese animal y forjamos una bella relación, podría decir que de amor y amistad, siempre venía donde yo estaba y era evidente que le gustaba que lo acariciara, lo peinara y claro que lo montara, nunca permitía ser montado por otra persona porque se mostraba salvaje e indomable.
Creció siendo un bello ejemplar blanco con algunas manchas negras, siempre llamaba la atención su apariencia y su forma de caminar, por su paso realmente elegante y cómodo. Los que sabían más me dijeron que era de una raza de paso fino. caminaba con su pecho erguido y su cabeza alta creando un orgullo inocultable.
Como era el único medio de locomoción que poseía iba a todas partes en él. Lo montaba en el parque de la comarca cuando eran días de fiesta, cuando iba a la iglesia, a las fiestas y cuando comencé a trabajar también iba en él. Todos siempre me miraban algunos con admiración y otros con envidia, pero nunca pasaba desapercibido para nadie incluyendo y especialmente para las chicas. Cuanto orgullo placentero me proporcionaba ese animal, cuantas relaciones y noviazgos se facilitaron por esa casi simbiótica imagen de elegancia caballeresca.
Un día mientras amarraba mi corcel para entrar a la iglesia se detuvo a mi lado un señor, un viejo de esos que son partes del paisaje de una comarca cualquiera y que regularmente no interactúan con nadie, le pasó la mano por la crin al caballo y me comentó lo bello que era ese potro a lo que asentí como era mi costumbre, después se volteó hacia mi y me dijo que tratara de nunca olvidar que la belleza, el brío y el elegante paso del animal eran créditos del animal y no mío, que mi único crédito era evitar que pisara las fresas porque las tendría que pagar.
Me dijo que no olvidara que lo importante era el jinete y no la cabalgadura, que si yo no tomaba consciencia de eso la segura muerte del corcel, más tarde o temprano, se convertiría en mi peor pesadilla si no lograba separar el jinete de la cabalgadura, si no lograba que el jinete creciera y brillara por si mismo porque de seguro en la fecha precisa tendría que caminar a pie tal como lo hacía él.
Mi caballo se llama Avatar
Víctor Ml. Caamaño
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